Cuando pequeño a la edad en que uno va descubriendo la vida, cada cosa nueva era emocionante para mí, podría decir que era un niño felíz. Con una buena familia, mi madre siempre se esmeraba en darnos lo mejor a mis dos hermanos y a mí, era una prolija costurera y me encantaba cuando nos confeccionaba ropa a nosotros. Aun recuerdo las largas noches que pasaba junto a la máquina de coser, madrugadas casi enteras en que yo escuchaba el monótono sonido de la “Singer”. Mi padre era ferroviario, era uno de los encargados de hacer los arreglos en los rieles, para que las máquinas no se descarrilaran. Era un trabajo muy duro ya que se debía usar mucha fuerza para levantar los rieles o para usar eficientemente alguna herramienta. Mas de alguna vez lo ví con un “durmiente” en cada hombro. La consecuencia de todo eso a la larga para él fue un dolor crónico lumbar.
Así que me crié en ése ambiente ferroviario ya que vivíamos en una casa del Estado a un metro de la línea férrea. Mi nombre es Rodrigo, en mi niñez alcancé a conocer las máquinas a vapor, que cuando pasaban oscurecían el cielo con el negro humo del carbón. Además estaba acostumbrado a dormir con el ruido de los trenes que hacían incluso temblar la casa. Vivir cerca de una estación ferroviaria y junto a la línea me hacía pensar y soñar que estaba en algún otro país, ya que en las películas europeas especialmente las Inglesas, podía ver paisajes bastantes parecidos a mi barrio con ése pasto verde musgoso que lo cubría todo además del color gris y los enladrillados de las casas. Era un soñador.
Cuando todo comenzó.
A la edad de 8 años sufrí algo parecido a una infección. Padecía fiebres elevadas y además ya casi no podía comer. Mi madre preocupada me sacó de la cama y me llevo al hospital, en brazos, ya que yo estaba muy débil y vomitaba cada 5 minutos.
Quedé hospitalizado y yo sin saberlo pensé que solo estaría unas horas. Ya cuando comencé a ver que atardecía, preocupado le pregunté a un auxiliar que hacía el aseo, que cuando vendría mi madre a buscarme y él enfáticamente y sin ningún cuidado me respondió - ¡Tu mamá ya no va a venir más!-. Creo que lloré como 3 horas angustiado con la sola idea de no ver mas a mi madre. De pronto comenzó a llenarse mi conciencia de pensamientos angustiantes y repetitivos. Eran pensamientos y sensaciones de abandono que yo los sentía terribles y como que un cruel jugador del destino me estaba haciendo ésta mala jugada en mis pensamientos.
A la mañana siguiente volvió la tranquilidad a mi alma, ya que por una puerta pude ver a mi querida madre sentada en un pasillo esperando la hora de la visita. Al llegar la esperada hora, recibí a mi mamá con un abrazo y le conté lo que había sucedido la noche anterior y que pensé que nunca más la volvería a ver. Me abrazó y me dijo que nunca me iba a abandonar y me explicó la situación. Me dijo que tendría que quedarme unos días en el hospital por que estaba muy enfermo y debía hacerme muchos exámenes.
Pasaron los días. Me hicieron muchos exámenes pero el que más recuerdo fue uno en el cual me sacaban líquido cefalorraquídeo de la espalda. Lo recuerdo muy bien ya que después de ése examen tuve que estar acostado y en reposo por dos días. Cuando ya me pude levantar, se me hacía difícil caminar y sentía como si mi espalda estuviera atada a un pesado riel. Estuve hospitalizado nueve días en los cuales ningún doctor dio un diagnostico claro de lo que yo padecía. ¿Hepatitis? ¿Tifus? Era lo que quedó escrito como conclusión en mi ficha médica.
Volví a mi casa mejor de salud de lo que me había ido. Pero comencé a sentir algo extraño. Una noche antes de dormir rezaba una oración que me enseñó mi madre, la del