Cuando los pensamientos duelen

Cuando pequeño a la edad en que uno va descubriendo la vida, cada cosa nueva era emocionante para mí, podría decir que era un niño felíz. Con una buena familia, mi madre siempre se esmeraba en darnos lo mejor a mis dos hermanos y a mí, era una prolija costurera y me encantaba cuando nos confeccionaba ropa a nosotros. Aun recuerdo las largas noches que pasaba junto a la máquina de coser, madrugadas casi enteras en que yo escuchaba el monótono sonido de la “Singer”. Mi padre era ferroviario, era uno de los encargados de hacer los arreglos en los rieles, para que las máquinas no se descarrilaran. Era un trabajo muy duro ya que se debía usar mucha fuerza para levantar los rieles o para usar eficientemente alguna herramienta. Mas de alguna vez lo ví con un “durmiente” en cada hombro. La consecuencia de todo eso a la larga para él fue un dolor crónico lumbar.

Así que me crié en ése ambiente ferroviario ya que vivíamos en una casa del Estado a un metro de la línea férrea. Mi nombre es Rodrigo, en mi niñez alcancé a conocer las máquinas a vapor, que cuando pasaban oscurecían el cielo con el negro humo del carbón. Además estaba acostumbrado a dormir con el ruido de los trenes que hacían incluso temblar la casa. Vivir cerca de una estación ferroviaria y junto a la línea me hacía pensar y soñar que estaba en algún otro país, ya que en las películas europeas especialmente las Inglesas, podía ver paisajes bastantes parecidos a mi barrio con ése pasto verde musgoso que lo cubría todo además del color gris y los enladrillados de las casas. Era un soñador.

Cuando todo comenzó.

A la edad de 8 años sufrí algo parecido a una infección. Padecía fiebres elevadas y además ya casi no podía comer. Mi madre preocupada me sacó de la cama y me llevo al hospital, en brazos, ya que yo estaba muy débil y vomitaba cada 5 minutos.

Quedé hospitalizado y yo sin saberlo pensé que solo estaría unas horas. Ya cuando comencé a ver que atardecía, preocupado le pregunté a un auxiliar que hacía el aseo, que cuando vendría mi madre a buscarme y él enfáticamente y sin ningún cuidado me respondió - ¡Tu mamá ya no va a venir más!-. Creo que lloré como 3 horas angustiado con la sola idea de no ver mas a mi madre. De pronto comenzó a llenarse mi conciencia de pensamientos angustiantes y repetitivos. Eran pensamientos y sensaciones de abandono que yo los sentía terribles y como que un cruel jugador del destino me estaba haciendo ésta mala jugada en mis pensamientos.

A la mañana siguiente volvió la tranquilidad a mi alma, ya que por una puerta pude ver a mi querida madre sentada en un pasillo esperando la hora de la visita. Al llegar la esperada hora, recibí a mi mamá con un abrazo y le conté lo que había sucedido la noche anterior y que pensé que nunca más la volvería a ver. Me abrazó y me dijo que nunca me iba a abandonar y me explicó la situación. Me dijo que tendría que quedarme unos días en el hospital por que estaba muy enfermo y debía hacerme muchos exámenes.

Pasaron los días. Me hicieron muchos exámenes pero el que más recuerdo fue uno en el cual me sacaban líquido cefalorraquídeo de la espalda. Lo recuerdo muy bien ya que después de ése examen tuve que estar acostado y en reposo por dos días. Cuando ya me pude levantar, se me hacía difícil caminar y sentía como si mi espalda estuviera atada a un pesado riel. Estuve hospitalizado nueve días en los cuales ningún doctor dio un diagnostico claro de lo que yo padecía. ¿Hepatitis? ¿Tifus? Era lo que quedó escrito como conclusión en mi ficha médica.

Volví a mi casa mejor de salud de lo que me había ido. Pero comencé a sentir algo extraño. Una noche antes de dormir rezaba una oración que me enseñó mi madre, la del

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Ángel de la Guarda, la cual oraba todos los días. Mientras rezaba comenzó a llenarse mi conciencia con pensamientos ofensivos contra Jesús los cuales yo trataba de rechazarlos, pero me era casi imposible. Esa noche me acosté muy confundido y extrañado con lo que me había pasado. Al día siguiente muy preocupado y teniendo aun lapsos con estos pensamientos que yo no quería, se lo conté a mi mamá y le pregunté de que se trataba, porque me sucedía eso y ella me respondió que no me preocupara ya que todos teníamos un ángel bueno en un hombro y otro malo en el otro y que el ángel malo nos hacía pensar cosas malas y el bueno lo contrario. Quedé mas tranquilo con ésa explicación tan ilustrativa para el entendimiento de un niño de ocho años, pero no sin sentirme un tanto desconcertado.
Después con el transcurso del tiempo estos pensamientos se fueron alejando de mi conciencia, hasta el punto de olvidarme totalmente de ellos.
Disfrutaba la vida, disfrutaba mi familia, no sin tener conflictos como en todo núcleo familiar, era un buen alumno en el colegio, tenía buenos amigos, tenía la vida despreocupada de un niño.
Cuando llegué a la edad de 11 años tuve un pleito con otro compañero en la escuela. Comenzamos a pegarnos puñetazos y en un momento mi contrincante me da un certero golpe en la sien derecha dejándome inconsciente. Desperté veinte minutos después acostado en el sofá de la rectoría. Nadie en la escuela me había llevado al hospital, ahora me doy cuenta de esa negligencia, e incluso volví a clases y en la tarde me volví a casa como todos los días. Al llegar, mi madre me preguntó que me había sucedido en la cara, y yo, por temor a una reprimenda le dije que solo me había caído en la escuela. Ella se indignó al saber que no me habían llevado al hospital y me dijo que me llevaría al médico para ver si quedé con alguna secuela. Consiguió una hora para cuatro días más.
En uno de ésos días antes de ver al médico comenzó lo que marcó totalmente mi vida. Estaba mirando televisión cuando escuché que uno de los personajes de una telenovela decía textualmente: “Nunca podré olvidar esto”. Esa frase quedó marcada a fuego en mi conciencia y me dije a mi mismo - ¿Es posible que una idea nunca se olvide o que permanezca para siempre en la conciencia, a cada instante?. Esa misma noche antes de dormir realicé una especie de experimento y me propuse a pensar permanentemente en la melodía de una canción, a tener presente esa sensación y que no se me fuera de la cabeza. Ok me dije, me mantuve pensando en eso como por media hora y cuando quise terminar con éste seudo experimento, no pude, Dios mío, quería quitarme esa melodía de la cabeza pero no podía. ¡Que es lo que había hecho! y desde ése momento irremediablemente sentí que perdía mi voluntad para pensar lo que yo quisiera. Era como si hubiera creado un monstruo dentro de mi mente con voluntad propia o que había descubierto algo terrible, tabú para la mente humana.

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Fuimos al médico un día viernes. Llegamos a la consulta y me examinó completamente y no encontró nada anormal solo dijo que encontraba extraño que el golpe fuera a causa de una caída y no de un puñetazo y yo al verme acorralado les dije toda la verdad a él y a mi madre. El médico, el cual era uno general, nos dijo después que un examen de imagen cerebral no era necesario.
Con el pasar del tiempo la melodía era constante en mi mente y yo me preguntaba si esto era normal, ¿Cómo podían vivir las personas con algo así?. Algunas veces por las mañanas despertaba sin ése pensamiento pero cuando lo recordaba se me caía el mundo. Siempre estaba presente, como telón de fondo, como ladrón esperando la oportunidad de entrar en mí conciencia y quedarse pegada en ella. Y todo esto me lo guardaba en silencio ya que tenía el temor vívido de que si le contaba a alguien más sobre esto, ésta persona también iba a contagiarse y sufrir lo que yo padecía e iban a perder la voluntad sobre sus pensamientos. ¡Ni pensar en contárselo a mis padres y hermanos!, los quería demasiado y nunca se los diría. Imagínense para un niño de once años que está recién descubriendo la vida, encontrarse con éste callejón oscuro, ésta calle sin salida. Me reprendía yo mismo por habérseme ocurrido ése “experimento” que me llevó a descubrir eso que en mi mente pensaba que era prohibido y tabú. Me cuestionaba y me preguntaba ¿esto es normal? Y si es así, ¡que terrible es la vida que viven las personas las cuales tienen que luchar constantemente contra su mente!. Había descubierto que yo no tenía completa voluntad sobre mis pensamientos y para mí eso era terrible y frustrante.
Me crié en una familia católica y todas las noches oraba al altísimo para que me quitara éstos pensamientos y sensaciones de mi cabeza, oraba hasta que me salían lágrimas a causa de la pena y angustia que me provocaba ésto. Y todo lo sufría en silencio.
Pasó el tiempo y yo trataba de hacer una vida normal, a pesar de ése ser satírico y abstracto que estaba en mi cabeza y lo peor de todo, un ser creado por mí. Un día se me ocurrió sin querer y sin desearlo ¿podré dormir con esta melodía en mi mente?. Dios, era como si una parte de mi cerebro me llevara la contraria e hiciera todo lo opuesto a mi voluntad y además con un marcado tinte negativo. Es difícil explicar con palabras lo que sentía al no poder dormir, era una angustia enorme pero más me aferraba a la oración. Con el transcurso del tiempo pude asimilar un poco más esto, a preocuparme en ser un niño normal, jugar, reír y tratar de ser felíz. Pero era difícil.
Me costó mucho sacar mis estudios adelante ya que éstos “pensamientos de contradicción”, como les llamaba yo, interferían en cada cosa de mi vida. Para estudiar a veces tenía que hacer un doble esfuerzo, primero tratar de luchar contra ése ser en mi cabeza y además tratar de memorizarme la materia. Habían días en que espontáneamente podía estudiar sin ningún problema, hasta que, recordaba mi mal mental y éste entraba en acción “no te concentres, no te concentres” decía. Era difícil luchar contra eso.
Cuando despertaba en las mañanas me decía a mi mismo – Otro día mas de calvario y lucha-, así de profundo era mi problema. Algunas veces me hablaban y yo me encontraba como en una burbuja, luchando contra éstos pensamientos, estaba como se dice, en la luna.
Le preguntaba a Dios porque yo padecía esto. Que feo se ve mi futuro con éste problema, ésta es una carga que nunca quise llevar conmigo. Me imaginaba como sería mi vida en adelante, siempre con esto en mi cerebro, en mis pensamientos.
Me iba bien en la escuela, era uno de los promedios más altos, a pesar de todo. A veces cuando tenía que estudiar un libro para una prueba, ése ser interior me atacaba, y si el libro era de ficción, el pensamiento me decía “No lo leas, eso es ficción es mentira, no te sirve” y aunque yo colocaba todas mis fuerzas para ignorarlo, los pensamientos eran mas fuertes y lograban que yo no me concentrara.
Una noche tuve un extraño sueño. Me veía a mi mismo cargando un pesado saco, caminando sobre un camino lleno de piedras que me hacían aun mas difícil mi andar y escuchaba una voz que me decía “va a ser duro tu camino, ése saco es muy pesado, pero no te preocupes, yo siempre te acompañaré”

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Desperté en la mañana y me preguntaba si ésa voz en mi sueño era, quizás, Dios, y el saco pesado era mi extraña enfermedad. También tomé la posibilidad que se tratara de algo que había visto antes en alguna parte o en la televisión y que luego el subconsciente lo plasmó en mis sueños.




La confesión de mi problema.
Pasaron los años y yo seguía con ese problema y lucha mental, había días que eran más difíciles que otros.
A los 14 años podría decirse que era como un niño normal, estudiaba, jugaba fútbol etc... Pero había algo distinto en mí, el problema mental que a nadie había confesado. En la enseñanza media era amistoso y amigo de mis amigos, pero había algo que nunca pude comprender y era lo cruel que podían ser algunas personas con el prójimo. No sé si es por inmadurez o alguna otra cosa, pero cualquiera que tuviere un defecto era el blanco de las ácidas bromas de algunos compañeros. Nunca me gusto eso, ni participaba de esas bromitas, siempre me preguntaba si a ellos les gustaría que le hicieran lo mismo, yo creo que no.
Había una compañera de otro curso que me gustaba, era una ilusión, el primer amor. Un día muy tímidamente le confesé lo que yo sentía por ella y para mi grata sorpresa, ella me dijo que sentía lo mismo por mí. Me alegré mucho, sentí algo que nunca había experimentado antes. Ése mismo día en el recreo, fui con ella hacía un sector donde habían muchos árboles, parecía un bosque y nos dimos un beso en la boca, ése fue mi primer beso. Fue algo maravilloso, nos abrazamos hasta que el recreo, muy a mi pesar, terminó, ¡Pero mi jornada contaba con dos recreos!, salimos al siguiente recreo y nos dimos nuestro segundo beso.
Como han de suponer, yo estaba en las nubes, mi cerebro rebosaba de endorfinas y sentía un placer por la vida, aunque padeciera el ya mencionado “problema” mental.
Al término de clases yo y mi nueva noviecita nos fuimos juntos. La fui a dejar a su casa y nos dimos el tercer beso, jajaja me sonreía la vida. Cuando llegué a mi casa mi madre me encontró distinto ya que la alegría se me salía hasta por los poros de la piel. Me preguntó que me sucedía y yo le conté todo. Todo eso era algo nuevo para mí y me dormí muy contento esa noche, incluso sin pensar en ése enemigo mental que me atormentaba ya desde hacía 3 años atrás. Pero al día siguiente sucedió algo que me desconcertó tremendamente.

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Iba a clases muy contento, todo sonreía, todo era bello. Llegue a la escuela rápidamente, buscando con mis ojos a mi linda novia, pero no estaba. Me dirigí hacia el patio del colegio y allí la encontré, estaba conversando con las demás compañeras. La fui a saludar y ella me respondió muy fríamente y me pidió que conversáramos en privado. Nos dirigimos a otro lugar solos y me dijo que todo lo del día anterior había sido un error y que nos olvidáramos de eso. Me sentí desfallecer, la bonita ilusión que tenía se destruía implacablemente en un instante. Después de ése día ella ya ni siquiera me dirigía la palabra. Quedé desconcertado, ¿por qué ese cambio de actitud tan distinto de un día a otro? Era extraño para mí y difícil de comprender. Luego traté de olvidarme de todo no sin derramar algunas lágrimas sobre mi almohada.
Me inscribí en el equipo de fútbol del Liceo, me encantaba, era una de mis pasiones. Yo jugaba de defensa, algunas veces de líbero, ningún contrincante traspasaba la frontera hacía mi arco, algunos me decían el “Muro”. A veces mi Padre iba a verme jugar, encantado con éste hijo que era tan buen defensa. Pero lo bonito duro poco. Jugaba tan bien que un día ése pequeño ser, ese bromista interno y caprichoso que me acompañaba desde los once años me atacó con otro de sus trucos. “No te concentres para jugar, desconcéntrate, desconcéntrate”. Dios mío, eso era más fuerte que yo, y me bloqueaba, la impotencia que sentía era tremenda ya que eso afectaba realmente mi juego, mi mente y mi cuerpo en conjunto me jugaban una mala pasada. Un día jugué muy mal, como nunca antes lo había hecho. Era como si el cuerpo realmente se cohibiera a causa de ese pensamiento absurdo que se imponía en mi conciencia. Al terminar el juego, todos me preguntaban extrañados que me había sucedido, del porque había jugado tan mal, mi Padre también me lo preguntó y yo les respondí que había tenido solo un mal día. Lamentablemente ése mal día duró todos los partidos siguientes que jugué y muy a mi pesar, impotente y desilusionado tuve que dejar el equipo.
Estaba muy triste, éste problema mental ya estaba interfiriendo en mi vida, negándome a cosas que realmente me gustaban. Llegó un momento en que la presión era demasiado, éste secreto ya no podía seguir oculto. Se me juntaron muchas cosas, éstos pensamientos malignos, como comencé a llamarlos, se hacían cada vez mas fuertes e interferían notablemente en mi diario vivir. Todas las noches oraba para que Dios me quitara éste problema y también oraba antes de ir a clases, pedía a Dios que me diera la fuerza necesaria para cada nuevo día.
La presión me abrumaba de sobremanera, hasta que un día tristemente le confesé a mi madre el problema que sufría desde los once años. Ella quedó impactada y no comprendía mucho lo que yo le trataba de decir, mejor dicho no comprendía mi especial “enfermedad”. Nos abrazamos y en ése momento sentí todo el amor que me tenía mi madre, sentí que me liberaba de algo, me sentía como un pequeño bebe en el regazo materno y lloré.
A menudo cuando uno tiene un problema de esta índole, antes de acudir a la medicina tradicional, acude a la alternativa. Mi madre le guardó el secreto a mi padre y un día me llevo donde una señora que era algo así como “médica”, además leía el tarot. Llegamos a su casa en donde tenía su consulta, el aroma a incienso era penetrante, antes de nuestro turno había un matrimonio de ancianos que esperaban pacientemente por su consulta y nos explicaron que eran clientes de muchos años de la tarotista y que ésta era
muy buena en lo que hacía. Nos contaron que uno de ellos, el anciano, años atrás se encontraba postrado en cama, no podía caminar y que luego de ser visitado por ésta señora mejoró notablemente su condición y pudo levantarse de su lecho. Me daban ánimos y me decían que le tuviera mucha fe. Dentro de mí pensaba “si, si tengo fe, pero en Dios”, de todas maneras sentía esperanza en que yo sanaría con esta “médica”. Por fin llegó mi turno y me hicieron pasar a solas con ella. Ingresé y me senté junto a una pequeña mesita cubierta con una tela aterciopelada de color burdeo. Comenzó a mezclar las cartas del tarot y dejó tres montones sobre la mesa. Me pidió que eligiera uno de ellos, elegí uno y ella comenzó a explicarme lo que veía en las cartas. Me dijo que yo estaba enfermo –“claro”-, pensé, -“por que cree que acudimos a ella”- además dijo que yo algunas veces me sentía cansado y triste –“¡¡ Pero todo el mundo en algún momento se siente así!!”- pensé. Me dijo muchas cosas, pero siempre en forma vaga y muy en general, cosas que se le podría decir a cualquiera. Al ver que esto no iba a ningún lado y además un poco desilusionado, yo tuve que contarle a ella lo que padecía, -ah-, replicó, -aquí sale eso, ¡¿no te dije que te veías cansado?¡- afirmó enérgicamente en la forma que lo haría alguien que es desenmascarado y yo cual adolescente temeroso asentía con mi cabeza a todo lo que ella decía. Luego me hizo algo así como una hipnosis y me pidió que pensara en un bosque y que yo me ubicara dentro de éste. Me concentré en eso, luego ella me preguntó como era el bosque, yo le respondí que era muy verde y frondoso, que casi no dejaba entrar la luz el sol, luego me preguntó si me encontraba solo o si veía a alguien más – sí, veo a alguien mas- respondí. Efectivamente veía a alguien mas, le conté que era un ser oscuro que me miraba de entre los árboles y que corría de un lugar a otro escondiéndose de mi mirada y con una sarcástica sonrisa en el rostro. Luego me hizo salir de ésa seudo hipnosis ya que en todo momento estuve conciente y no dormido, así como lo había visto en las películas y me dijo que ése ser que ví, era el mismo demonio. Procedió a realizar una oración e imponiendo sus manos sobre mí, le pedía a Dios que me librara del maligno ser.

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Yo puse todo de mí para que resultara la anhelada sanidad y cuando terminó el ritual ella me preguntó si me sentía mejor, pero desilusionado y muy apenado le respondí que me sentía igual, no hubo ningún cambio y ella me miró enfadada y me pidió enérgicamente que pusiera de mi parte, -si- le contesté. Pero que quería que hiciera, estaba esperanzado pero no resultó, y ella me culpaba a mí de su incapacidad, negligencia o su mentira. La “médica” le dijo a mi madre que necesitaba tener otra cita conmigo y luego antes de irnos cobro su paga, la cual era bastante onerosa.

Mientras caminaba con mi madre de vuelta a nuestro hogar, le conté todo lo que había sucedido, que nunca adivinó nada acerca de mí con el tarot y que pensaba, luego de estar con ésta médica, que solo era una embaucadora. Nos fuimos bastante desilusionados.

Los pensamientos dirigen las situaciones de mi vida

Mi padre y hermanos ignoraban lo que me sucedía. Yo daba gracias a Dios que mi madre no se haya enfermado con lo que le conté, pues pensaba, como ya había dicho anteriormente, que si le contaba, ella también sufriría de éste problema mental. En cierta manera me tranquilizaba saber que mis hermanos no supieran de esto ya que eran menores que yo y pensaba que ellos podrían ser mas vulnerables a ser “contaminados” con ésta enfermedad.

Como les contaba, a pesar del problema, yo trataba de llevar una vida normal. Además sufrir éste padecimiento me hizo un muchacho más fuerte, más valiente pues por ejemplo la mayoría de la gente es temerosa de la oscuridad o de “fantasmas”. En cambio yo algunas veces cuando en las noches necesitaba ir al baño no encendía la luz del largo pasillo que me llevaba a éste y pesaba dentro de mí “es tan traumante éste problema que tengo en mi cabeza y tan duro de sobrellevar que nada más me asustaría, esto ya es el tope de lo que uno puede sufrir”.

Con el tiempo comencé a percatarme que cuando pensaba que algún evento iba a ocurrir, sucedía todo lo contrario. Hubo varios días, pero no en todos, en que me despertaba y pensaba que había un día despejado y al abrir las cortinas de mi ventana, veía que estaba nublado. Y cuando pensaba que el día siguiente iba a ser lluvioso sucedía lo contrario.

Ya estaba en mi último año en el liceo, tenía 17 años. Ya habían pasado seis años enfermo y aunque sufría a causa de éste implacable “ente”, por así decirlo, en mi cerebro, sentía algo de orgullo por mi mismo al poder sobrellevar ésta pesada carga sobre mis hombros y que Dios estaría orgulloso de mí. No les mentiré al decir que algunas veces ansiaba desesperadamente estar sano y disfrutar de las cosas de la vida plenamente. Ése ultimo año en el Liceo fue difícil, yo sufría de una insípida tartamudez, no demasiado, porque podía controlarlo, pero no siempre. Ése año algunos compañeros comenzaron a burlarse de mi condición, cosa que siempre hacían con otros pero nunca conmigo. Las burlas eran tan crueles que hubo momentos en que quería dejar de lado la escuela, ya no quería ir más, podía sentir y percibir la maldad en todo eso, quizás inmadurez o idiotez de ellos o como lo pensé muchas veces, alguna influencia maligna. Algunos días no iba al Liceo, caminaba por las calles hasta la hora de regresar a mi casa. Tomé la extraña costumbre en esos días de visitar el cementerio. No había razón en eso ya que yo no tenía ningún familiar ahí, pero cada vez que iba me inundaba una increíble paz al recorrer las tumbas y leer los nombres de cada una. Me impresionaba al encontrarme con algunas muy antiguas y me llamaba mucho la atención aprender un poco de la historia de mi ciudad y de sus primeros habitantes. Cuando le confesé a mi madre lo de mis visitas ella me dijo que no era bueno hacer eso y peor aún cuando no había nadie a quién visitar. Me dijo además que debía ser fuerte en el Liceo para poder llegar a fin de año y que la mayoría de los jóvenes a esa edad eran así, crueles. “¿tan crueles?” pensé yo, o es que quizás había otra cosa detrás de ello.

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Siempre fui tranquilo y amigable, pero tuve que romper con ésa regla de oro en mi comportamiento. Me hice más huraño y violento, metiéndome en pleitos cada vez que alguien osara a molestarme. De esta manera tan deplorable conseguí nuevamente el respeto de mis compañeros. -Que lástima que el mundo se maneje así-, pensaba yo, mientras más violento, mas te respetan. No concebía mi nueva manera de ser ya que ése no era yo y contradecía mi enseñanza cristiana. -¿Así es la vida?- pensaba, -¿o ésto tiene que ver algo con mi enfermedad, algo maligno?-, no sabía la respuesta a eso. Antes de darme a respetar a fuerza de golpes, cosa que lamentaba dentro de mí, sucedía algo muy parecido con lo del clima. Extrañamente algunas veces antes de ir al Liceo, pensaba que iba a ser otro día de burlas, un día complicado, llegaba al Liceo y sucedía totalmente lo contrario, no habían burlas, era como si algo o alguien manejara caprichosamente los sucesos en mi vida y mis compañeros eran como los títeres de éste. Era algo que me desconcertaba.

Desde los 12 años pertenecía a un grupo scout, siempre me sentí atraído a la naturaleza y a ensalzarme ante toda la creación. Además aprendí muchas cosas que me ayudaron a crecer como persona, agradezco a la vida el haberme dado la oportunidad de ser scout. Uno aprende a alimentar el espíritu, a trabajar en equipo, crecer en compañerismo y a aprender virtudes y valores que me han sido útiles en la vida. A pesar de todo aun seguía sufriendo esta enfermedad que no me permitía disfrutar a cien por ciento de las cosas. El “ente” siempre estaba allí, en las sombras, en lo más profundo de mi conciencia.

Pero aún con todo esto podía sonreír y daba gracias a Dios por las cosas buenas de la vida. Aun recuerdo con añoranza esos maravillosos campamentos, llenos de juegos y danzas, en los cuales la pasaba tan bien junto a mis amigos. Recuerdos memorables que atesoro en mi corazón. Cuando se es scout, uno siempre será scout, aunque tenga que retirarse por distintas circunstancias.

La salida al mundo laboral

Antes de graduarme del Liceo, tuve que realizar mi práctica profesional en Contabilidad para poder recibir mi título. Pude conseguirla en las oficinas del Diario local. El diario era un mundo fascinante, nuevo para mí. Había terminales computacionales por doquier, las oficinas eran bastante modernas, podía ver a los periodistas correr de un lado a otro, buscando noticias. Era un ambiente muy estimulante. Trabajé en el departamento de Créditos y Cobranzas. Realizaba mi trabajo prolijamente y con profesionalismo, a pesar de mi constante lucha mental contra el “ente” y además con el anhelo de que después de mi práctica, el diario me contratara definitivamente.

Bueno al término de la práctica, no me contrataron, a pesar de haber obtenido una buena calificación por parte de mi jefe. Él me dijo que lamentaba que yo no fuera contratado por el diario y en forma irónica me explicó que es tan difícil que tendría que fallecer algún empleado para dejar una vacante. De todas formas me fui muy agradecido por la oportunidad que me habían dado y por todo lo que allí aprendí, aparte de servir café.

Recibí mi título de Contador y no pasaron muchas semanas antes de volver a trabajar. Tenía suerte en encontrar trabajo. Me propusieron trabajar como Ayudante Contador en un supermercado y acepté de buena gana y además ganaba un sueldo bastante bueno. Desde el primer día me di cuenta que el sueldo era bastante afín con el trabajo ya que me sorprendí al ver todas las responsabilidades que tomaba a mi cargo y la cantidad de cosas que debía hacer. El equipo estaba conformado por la Sra. Jeannette mi jefa y yo para un supermercado que recaudaba millones al mes y sin terminales computacionales, todo se hacía en libros y con calculadora en mano. Las primeras jornadas fueron difíciles, pero con el transcurso de los días noté que iba haciendo más rápido el trabajo y mas eficientemente, incluso después tenia tiempo hasta para descansar, cosa que no hacía, ya que empleaba todo mi tiempo en aprender aún más.