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Siempre fui tranquilo y amigable, pero tuve que romper con ésa regla de oro en mi comportamiento. Me hice más huraño y violento, metiéndome en pleitos cada vez que alguien osara a molestarme. De esta manera tan deplorable conseguí nuevamente el respeto de mis compañeros. -Que lástima que el mundo se maneje así-, pensaba yo, mientras más violento, mas te respetan. No concebía mi nueva manera de ser ya que ése no era yo y contradecía mi enseñanza cristiana. -¿Así es la vida?- pensaba, -¿o ésto tiene que ver algo con mi enfermedad, algo maligno?-, no sabía la respuesta a eso. Antes de darme a respetar a fuerza de golpes, cosa que lamentaba dentro de mí, sucedía algo muy parecido con lo del clima. Extrañamente algunas veces antes de ir al Liceo, pensaba que iba a ser otro día de burlas, un día complicado, llegaba al Liceo y sucedía totalmente lo contrario, no habían burlas, era como si algo o alguien manejara caprichosamente los sucesos en mi vida y mis compañeros eran como los títeres de éste. Era algo que me desconcertaba.

Desde los 12 años pertenecía a un grupo scout, siempre me sentí atraído a la naturaleza y a ensalzarme ante toda la creación. Además aprendí muchas cosas que me ayudaron a crecer como persona, agradezco a la vida el haberme dado la oportunidad de ser scout. Uno aprende a alimentar el espíritu, a trabajar en equipo, crecer en compañerismo y a aprender virtudes y valores que me han sido útiles en la vida. A pesar de todo aun seguía sufriendo esta enfermedad que no me permitía disfrutar a cien por ciento de las cosas. El “ente” siempre estaba allí, en las sombras, en lo más profundo de mi conciencia.

Pero aún con todo esto podía sonreír y daba gracias a Dios por las cosas buenas de la vida. Aun recuerdo con añoranza esos maravillosos campamentos, llenos de juegos y danzas, en los cuales la pasaba tan bien junto a mis amigos. Recuerdos memorables que atesoro en mi corazón. Cuando se es scout, uno siempre será scout, aunque tenga que retirarse por distintas circunstancias.

La salida al mundo laboral

Antes de graduarme del Liceo, tuve que realizar mi práctica profesional en Contabilidad para poder recibir mi título. Pude conseguirla en las oficinas del Diario local. El diario era un mundo fascinante, nuevo para mí. Había terminales computacionales por doquier, las oficinas eran bastante modernas, podía ver a los periodistas correr de un lado a otro, buscando noticias. Era un ambiente muy estimulante. Trabajé en el departamento de Créditos y Cobranzas. Realizaba mi trabajo prolijamente y con profesionalismo, a pesar de mi constante lucha mental contra el “ente” y además con el anhelo de que después de mi práctica, el diario me contratara definitivamente.

Bueno al término de la práctica, no me contrataron, a pesar de haber obtenido una buena calificación por parte de mi jefe. Él me dijo que lamentaba que yo no fuera contratado por el diario y en forma irónica me explicó que es tan difícil que tendría que fallecer algún empleado para dejar una vacante. De todas formas me fui muy agradecido por la oportunidad que me habían dado y por todo lo que allí aprendí, aparte de servir café.

Recibí mi título de Contador y no pasaron muchas semanas antes de volver a trabajar. Tenía suerte en encontrar trabajo. Me propusieron trabajar como Ayudante Contador en un supermercado y acepté de buena gana y además ganaba un sueldo bastante bueno. Desde el primer día me di cuenta que el sueldo era bastante afín con el trabajo ya que me sorprendí al ver todas las responsabilidades que tomaba a mi cargo y la cantidad de cosas que debía hacer. El equipo estaba conformado por la Sra. Jeannette mi jefa y yo para un supermercado que recaudaba millones al mes y sin terminales computacionales, todo se hacía en libros y con calculadora en mano. Las primeras jornadas fueron difíciles, pero con el transcurso de los días noté que iba haciendo más rápido el trabajo y mas eficientemente, incluso después tenia tiempo hasta para descansar, cosa que no hacía, ya que empleaba todo mi tiempo en aprender aún más.