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Iba a clases muy contento, todo sonreía, todo era bello. Llegue a la escuela rápidamente, buscando con mis ojos a mi linda novia, pero no estaba. Me dirigí hacia el patio del colegio y allí la encontré, estaba conversando con las demás compañeras. La fui a saludar y ella me respondió muy fríamente y me pidió que conversáramos en privado. Nos dirigimos a otro lugar solos y me dijo que todo lo del día anterior había sido un error y que nos olvidáramos de eso. Me sentí desfallecer, la bonita ilusión que tenía se destruía implacablemente en un instante. Después de ése día ella ya ni siquiera me dirigía la palabra. Quedé desconcertado, ¿por qué ese cambio de actitud tan distinto de un día a otro? Era extraño para mí y difícil de comprender. Luego traté de olvidarme de todo no sin derramar algunas lágrimas sobre mi almohada.
Me inscribí en el equipo de fútbol del Liceo, me encantaba, era una de mis pasiones. Yo jugaba de defensa, algunas veces de líbero, ningún contrincante traspasaba la frontera hacía mi arco, algunos me decían el “Muro”. A veces mi Padre iba a verme jugar, encantado con éste hijo que era tan buen defensa. Pero lo bonito duro poco. Jugaba tan bien que un día ése pequeño ser, ese bromista interno y caprichoso que me acompañaba desde los once años me atacó con otro de sus trucos. “No te concentres para jugar, desconcéntrate, desconcéntrate”. Dios mío, eso era más fuerte que yo, y me bloqueaba, la impotencia que sentía era tremenda ya que eso afectaba realmente mi juego, mi mente y mi cuerpo en conjunto me jugaban una mala pasada. Un día jugué muy mal, como nunca antes lo había hecho. Era como si el cuerpo realmente se cohibiera a causa de ese pensamiento absurdo que se imponía en mi conciencia. Al terminar el juego, todos me preguntaban extrañados que me había sucedido, del porque había jugado tan mal, mi Padre también me lo preguntó y yo les respondí que había tenido solo un mal día. Lamentablemente ése mal día duró todos los partidos siguientes que jugué y muy a mi pesar, impotente y desilusionado tuve que dejar el equipo.
Estaba muy triste, éste problema mental ya estaba interfiriendo en mi vida, negándome a cosas que realmente me gustaban. Llegó un momento en que la presión era demasiado, éste secreto ya no podía seguir oculto. Se me juntaron muchas cosas, éstos pensamientos malignos, como comencé a llamarlos, se hacían cada vez mas fuertes e interferían notablemente en mi diario vivir. Todas las noches oraba para que Dios me quitara éste problema y también oraba antes de ir a clases, pedía a Dios que me diera la fuerza necesaria para cada nuevo día.
La presión me abrumaba de sobremanera, hasta que un día tristemente le confesé a mi madre el problema que sufría desde los once años. Ella quedó impactada y no comprendía mucho lo que yo le trataba de decir, mejor dicho no comprendía mi especial “enfermedad”. Nos abrazamos y en ése momento sentí todo el amor que me tenía mi madre, sentí que me liberaba de algo, me sentía como un pequeño bebe en el regazo materno y lloré.
A menudo cuando uno tiene un problema de esta índole, antes de acudir a la medicina tradicional, acude a la alternativa. Mi madre le guardó el secreto a mi padre y un día me llevo donde una señora que era algo así como “médica”, además leía el tarot. Llegamos a su casa en donde tenía su consulta, el aroma a incienso era penetrante, antes de nuestro turno había un matrimonio de ancianos que esperaban pacientemente por su consulta y nos explicaron que eran clientes de muchos años de la tarotista y que ésta era
muy buena en lo que hacía. Nos contaron que uno de ellos, el anciano, años atrás se encontraba postrado en cama, no podía caminar y que luego de ser visitado por ésta señora mejoró notablemente su condición y pudo levantarse de su lecho. Me daban ánimos y me decían que le tuviera mucha fe. Dentro de mí pensaba “si, si tengo fe, pero en Dios”, de todas maneras sentía esperanza en que yo sanaría con esta “médica”. Por fin llegó mi turno y me hicieron pasar a solas con ella. Ingresé y me senté junto a una pequeña mesita cubierta con una tela aterciopelada de color burdeo. Comenzó a mezclar las cartas del tarot y dejó tres montones sobre la mesa. Me pidió que eligiera uno de ellos, elegí uno y ella comenzó a explicarme lo que veía en las cartas. Me dijo que yo estaba enfermo –“claro”-, pensé, -“por que cree que acudimos a ella”- además dijo que yo algunas veces me sentía cansado y triste –“¡¡ Pero todo el mundo en algún momento se siente así!!”- pensé. Me dijo muchas cosas, pero siempre en forma vaga y muy en general, cosas que se le podría decir a cualquiera. Al ver que esto no iba a ningún lado y además un poco desilusionado, yo tuve que contarle a ella lo que padecía, -ah-, replicó, -aquí sale eso, ¡¿no te dije que te veías cansado?¡- afirmó enérgicamente en la forma que lo haría alguien que es desenmascarado y yo cual adolescente temeroso asentía con mi cabeza a todo lo que ella decía. Luego me hizo algo así como una hipnosis y me pidió que pensara en un bosque y que yo me ubicara dentro de éste. Me concentré en eso, luego ella me preguntó como era el bosque, yo le respondí que era muy verde y frondoso, que casi no dejaba entrar la luz el sol, luego me preguntó si me encontraba solo o si veía a alguien más – sí, veo a alguien mas- respondí. Efectivamente veía a alguien mas, le conté que era un ser oscuro que me miraba de entre los árboles y que corría de un lugar a otro escondiéndose de mi mirada y con una sarcástica sonrisa en el rostro. Luego me hizo salir de ésa seudo hipnosis ya que en todo momento estuve conciente y no dormido, así como lo había visto en las películas y me dijo que ése ser que ví, era el mismo demonio. Procedió a realizar una oración e imponiendo sus manos sobre mí, le pedía a Dios que me librara del maligno ser.

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